Sinopsis: En un pequeño pueblo del Pacífico, donde confluyen la perfección de la naturaleza y la violencia de la región, tiene lugar la historia de Damaris, una mujer de la zona algo entrada en la madurez que lleva muchos años viviendo con Rogelio. Su turbulenta relación ha estado marcada por la búsqueda infructuosa de un hijo: prueban todo lo posible, y aun así ella no consigue quedar embarazada. Perdida toda esperanza, Damaris encuentra una nueva ilusión cuando se le presenta la oportunidad de adoptar una perra.
Ficha Técnica
Autor: Pilar Quintana
País: Colombia.
Año: 2017
Genero: Novela Ficción.
Subgénero: Drama, Narración, Contemporáneo.
Temas: Maternidad, Familia, Mascotas.Número de Libros: 1
Opinión Personal
Puntuación que le doy: 7/10
La recomiendo: Si
La volvería a leer: No
Reto desbloqueado: No Aplica.
La perra no es una historia que yo hubiera elegido por cuenta propia. Su llegada fue fortuita, resultado de un club de lectura al que estoy asistiendo, y debo reconocer que, aunque no la habría escogido, su lectura me confrontó desde muchas aristas. Fue una sorpresa encontrarme con un libro tan fácil y fluido de leer, considerando la dureza de su contexto. La narrativa no exige traducciones culturales complejas ni interpretaciones enrevesadas; su lenguaje es directo y sencillo, lo que lo vuelve accesible sin perder profundidad. Es un libro corto, pero con capas que se expanden al ritmo de las emociones no dichas.
La pobreza es el hilo conductor de la historia. Actúa como telón de fondo, pero al mismo tiempo es el muro contra el que chocan todas las posibilidades. Nadie en el entorno de Damaris tiene acceso a herramientas emocionales ni a estructuras de pensamiento que les permitan cuestionarse, reflexionar o siquiera imaginar otros escenarios de vida. La urgencia por sobrevivir aplasta cualquier impulso de transformación. Así, los personajes habitan un círculo cerrado de necesidades, dolor, frustración y resignación.
En medio de la historia, también me di cuenta de cómo los prejuicios nos ciegan. El marido de Damaris, por su violencia y forma cruda de habitar el mundo, parecía la amenaza obvia. Durante muchas páginas, mantuve la certeza de que sería él quien atentaría contra la perra, esa criatura vulnerable y dependiente. Pero fue Damaris. Y eso me sacudió.
Damaris es una víctima que no se reconoce como tal. Su vida ha sido una sucesión de ausencias: la madre que la abandonó, la maternidad que nunca llegó, el amigo cercano que se le fue (Nicolacito). Ella carga con duelos no transitados, con una culpa sin nombre, con un sentimiento de no merecer otra vida que no sea la que tiene. Esa naturalización del sufrimiento, ese silencio aprendido, la vuelve aún más vulnerable. Y cuando la perra aparece como un reflejo de su anhelo de maternidad, como una posibilidad de amar, cuidar y construir algo propio, el vínculo se vuelve asfixiante. No por la perra en sí, sino por todo lo que representa.
Porque la perra no es solo una mascota. Es una metáfora viva de los sueños que Damaris no pudo realizar. Un ser libre, que la ama, pero que no se deja moldear. Una criatura que quiere explorar, que no responde al control, que no se pliega a las expectativas. Y ahí está el nudo central: Damaris nunca ha tenido control sobre nada. Ni sobre su cuerpo, ni sobre sus decisiones, ni sobre su destino. Su vida ha sido siempre una obediencia forzada. Y cuando incluso la perra se escapa a su voluntad, ese leve hilo de ilusión se rompe. La muerte de la perra es simbólica y brutal: matar la perra es matar también años de aguante silencioso, de llanto contenido, de sumisión impuesta.
Las últimas páginas son profundamente impactantes, no solo por lo gráfico del acto, sino por la desesperación que se siente en cada palabra. Damaris no sabe qué hacer con su mundo. No tiene red de apoyo, una amiga que escuche, una tía que consuele, una comunidad que valide el dolor que no deja heridas visibles. Su grito no tiene eco. Su rabia, aunque legítima, es peligrosa. Su soledad es densa, y leerla duele.
Hubo un momento donde pensé —y no sin culpa—: “Menos mal no logró embarazarse”. Y sí, es un pensamiento cruel, desde la comodidad de mis privilegios. Pero lo pensé. Porque si la historia de Damaris es la base emocional y social sobre la que se construiría otra vida, entonces esa cadena de maltrato, de crítica constante, de desvalorización, muy probablemente se replicaría. Y ahí entendí por qué lecturas como esta son necesarias. No porque nos gusten. No porque sean bellas. Sino porque nos permiten, aunque sea por un instante, habitar la mente de quienes viven otras realidades. Realidades donde el dolor no se dramatiza, sino que simplemente existe, se arrastra, se acumula. Y, a veces, explota.
Angie W. Niconella
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