miércoles, 2 de julio de 2025

El Tiempo de la Culpa




Sinopsis
Utilizando con una inteligente y despiadada lucidez todos los recursos de la imaginación, esta breve pero impasible novela nos muestra la cara oculta de una realidad que, aunque abominable y delictiva, es también relato y exploración de angustiosas y torturantes significaciones humanas.
















Ficha Técnica

País: Colombia.
Año: 1996
Genero: Novela Contemporánea.
Subgénero: Drama, Ficción, Reflexión.
Temas: Política, Vida Pública, Poder.
Número de Libros: 1



Opinión Personal

Puntuación que le doy: 5/10
La recomiendo: No
La volvería a leer: No
Reto desbloqueado: No Aplica.

El libro aborda una problemática contemporánea que he presenciado como ciudadana colombiana. Justamente por ello, no me detendré en analizar el trasfondo político, histórico ni emitiré opiniones personales sobre los hechos que se cruzan con la vida real. Lo considero innecesario y, sobre todo, riesgoso. Al no encontrar críticas publicadas en la web, reafirmo que es una sabia decisión mantener esta entrada estrictamente en los márgenes de la lectura literaria, alejándome de cualquier interpretación externa al texto mismo.

Dicho esto, el autor demuestra un manejo hábil y profundamente documentado de los hechos que decide narrar. La sensación de veracidad se impone desde las primeras páginas, lo que habla bien de su compromiso investigativo en el tratamiento de lo público. Sin embargo, es en la parte privada, en los matices personales, donde su estilo literario toma vuelo y se convierte en un ejercicio de imaginación narrativa. Es allí donde el autor se permite explorar con cautela la dimensión emocional, ética e íntima de sus personajes. Lo hace sin juicios explícitos, más bien con una intención poética, como quien observa desde lejos y busca comprender. Cada uno de los actores principales queda envuelto en un manto de humanidad frágil, moldeado a través de impulsos comprensibles, justificables o incluso inevitables, lo que termina por despojarlos —al menos dentro de la ficción— de culpa, de escrúpulos, y hasta de límites claros.

Las motivaciones que se presentan en el Tesorero, el Edecán y el Periodista funcionan como las fuerzas motrices de toda la obra: dinero, posición y poder. Tres pilares que, desde siempre, han sostenido imperios y desatado conflictos. El autor no los demoniza, simplemente los ubica como elementos de deseo, con los que cualquier ser humano puede medirse en mayor o menor grado. Pero es el Candidato el personaje que más profundidad adquiere, porque no es solo un actor dentro del tablero: encarna la figura del padre, del caudillo, del elegido. Se convence a sí mismo de que ha sido dotado de un papel trascendental, como si su presencia respondiera a un mandato divino, heredado de los mitos fundacionales de la patria, y sellado por una especie de pacto con los mártires y los próceres. Este rasgo simbólico resulta clave, porque construye el arquetipo del líder que no se cuestiona a sí mismo, sino que se embriaga con la idea de estar cumpliendo un designio superior.

Desde allí, la narración revela algo sutil pero poderoso: cómo las personas, incluso las mejor intencionadas, pueden justificar cualquier acción cuando están convencidas de estar sirviendo a una causa mayor. Y cómo, desde esa lógica, se puede llegar a despojar a los otros de su capacidad crítica, reduciéndolos a fichas que orbitan alrededor de una figura central.

Una escena especialmente significativa es cuando el Candidato enfrenta una amenaza directa. El desconcierto que lo embarga no proviene solo del peligro, sino de su propio descubrimiento de que no es intocable. De pronto, se reconoce vulnerable, mundano, tan humano como la mujer que limpia su casa. Esa comparación no es menor: es la caída simbólica del pedestal al suelo, del destino glorificado al plano común de la existencia. Es un golpe a la noción de superioridad, que desdibuja la aura de predestinación que lo había acompañado hasta ese momento.

Desde lo estrictamente literario, estos elementos componen una propuesta interesante. El autor construye un vínculo entre lector y personaje basado primero en la identificación: nos presenta una figura sólida, idealizada, fascinante. Luego, a través de la progresión narrativa, va desmontando esas capas y revelando al ser humano detrás del ícono, lo que permite al lector redimensionar su experiencia con la historia. Esta estrategia de inversión —idealización y posterior desnudez moral— genera un ritmo de lectura que desafía, incomoda, pero también atrapa, porque obliga a cuestionarse desde lo narrativo y no desde la postura ética.

No había enfrentado una dinámica de lectura así hasta ahora. Esta obra, al quedarse en la frontera entre lo real y lo ficcional, entre el símbolo y lo íntimo, logra generar un efecto de eco interno que resuena más allá del cierre del libro. Y en esa resonancia, se encuentra también su mayor acierto literario.


Angie W. Niconella



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